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Capítulo 11 Thump_689265thjona
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Capítulo 11

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Mensaje  Abadón Lun Nov 30, 2009 1:21 pm

-Oye, en verdad pensábamos devolverte los denarios.- Me dijo Luperco al tiempo que me alcanzaba la bota de agua. Era de todos el que menos parecía haber sido dañado por los latigazos. Yo hice un alto y dejé a un costado la pala con la que estaba cavando una nueva letrina.
-¿Y por qué simplemente no me los pidieron?
-¡Ja! Porque simplemente nos hubieras dicho que no, por eso. Pero ya verás cuan pronto esos veinte oros regresan a tu bolsa…
-200…
-Eso, bueno, los que sean. Vengo a buscarte porque el centurión desea hablarnos.
-¿Tito Pullo? ¿Qué querrá?
-Algo sobre una misión especial dijo.
-¿Y eso?
-No lo sé, supongo que en un rato nos enteraremos.
Toda nuestra centuria (unos treinta y cinco legionarios sin contar con los no combatientes) se hallaba reunida en el campo número dos. Tito Pullo estaba al frente.
-¿Estamos todos? –Preguntó a los cinco decuriones que se encontraban a su izquierda. Éstos le contestaron que si al unísono.- Muy bien. –Continuó.- He aquí el problema, debería haber ochenta legionarios y solo hay una treintena, culpa del senado de Roma que no autoriza a los galos a obtener la ciudadanía para servir en las legiones. Ahora bien, somos demasiado pocos para enfrentarnos a los germanos, así que el general quiere solucionar ese detalle antes de iniciar la campaña.
-¿Les dará él la ciudadanía? Es gobernador, por tanto su imperium se lo permite. –Acotó alguien por ahí.
-No, -Le contestó Tito.- podría hacerlo pero nunca un gobernador otorgó quince mil ciudadanías de una sola vez y corre el riego de que se lo acuse por traición al terminar su mandato. Así que haremos algo un tanto diferente. En las calendas de quintilis (dentro de poco más de un nundinae) un tribuno de la plebe elevará a votación una propuesta para que puedan enrolarse en las legiones personas sin ciudadanía…
-¿Y por qué no pelean directamente como tropas auxiliares? Así no se armaría tanto jaleo. –Quiso saber un decurión.
-Porque necesitamos legionarios bajo las águilas, no auxiliares luchando de la forma que les plazca. Aparte obtendrán la ciudadanía como parte de su recompensa por servicio.
-¿Y qué tenemos que ver nosotros en todo esto?
-¡Si me dejaran terminar de hablar lo sabrían! –Gritó encolerizado el centurión.- Decía… un tribuno de la plebe someterá a votación esa ley, ustedes estarán en Roma para esa fecha. –Un murmullo general se extendió entre los hombres. No supe si de desagrado o de complacencia.- Todos los soldados de César estarán en Roma para esa fecha. Su deber será encargarse de que esa ley llegue a votación, así que si tienen que pelear contra alguna facción del senado que se oponga les partirán la cabeza peor que si fueran germanos. Luego votarán a favor de la ley.
“Partirán en pequeños grupos a partir de mañana. Se les dará cincuenta denarios a cada uno para los gastos, que les deberán durar hasta que termine todo esto. ¿Quedó claro? ¿Alguna pregunta? –Por los rostros que vi en el momento en que Tito Pullo dejó de hablar llegué a la conclusión de que el murmullo anterior había sido de satisfacción.- Muy bien, se espera de ustedes que conserven la disciplina en el trayecto, tanto a la ida como al regreso, lo que hagan una vez llegados a Roma es asunto suyo… siempre y cuando cumplan con los objetivos… ¡Y no crean que no me enteraré! Ahora preparen su equipaje, la primera y segunda decurias partirán al amanecer, la tercera y cuarta lo harán a media mañana y la quinta luego del almuerzo. Dispérsense.
-¡Vamos a Roma con permiso y con dinero! –Gritó uno de los Caesaris al regresar a la tienda.
-¿Y quién precisa denarios? ¡Iremos a Roma y Roma nos abastecerá!
-Pero… ¿No tenemos trabajo? –Pregunté. Luperco me tomó del hombro, supongo que de puro contento nomás.
-¿Trabajo dices? Yo no le llamaría trabajo a cumplir con nuestros deberes cívicos. Y si hay que repartir mamporros… Je je je… bueno, a eso yo le llamo diversión…

Ya que la nuestra era la quinta decuria, partimos después de un abundante almuerzo. No se nos dio provisiones para el viaje sino la orden de sufragar todos nuestros gastos con los cincuenta denarios de plata (unos siete denarios de oro), a la vez que mencionábamos como al descuido que éramos legionarios de César con permiso. En camino ya, pregunté a Antistio que necesidad había de hacerlo.
-Para que la gente del campo conozca que los legionarios de César no son nada abusivos y si muy disciplinados… Y junto con las ganancias que obtendrán con los soldados en viaje, creará una buena imagen para él. –Me contestó.
El trayecto era fácil ya que transcurría por la hermosa calzada romana, recta y prácticamente sin desniveles. Al margen de que, acostumbrado a las marchas forzadas, esto era poco menos que un paseo para mí.
No debimos de recorrer más de cuatro leguas cuando nos despedimos de pompeyanos y caesaris quienes, a cambio de una módica suma, consiguieron transporte en unos carromatos cargados de barriles de salmonetes en salazón destinados a los mercados de la propia Roma. También cabíamos el resto de nosotros, pero seguimos caminando ya que yo quería conocer el resto de la comarca, Albino prefería mi compañía, Toscus seguía a Albino y el decurión alegó que le molestaba sobremanera el hedor a pescado salado. Aunque yo creo que más le molestaba pagar el denario que cobraban por el viaje.
Como en un principio debimos atravesar parte de la Galia, el paisaje no me deparó grandes sorpresas, aunque en verdad mientras más al sur íbamos, más edificaciones romanas se veían. Dispersados a través del camino había infinidad de altares dedicados a los dioses romanos. Y a los pies de absolutamente todos ellos se veían restos de ofrendas, clara señal que en un territorio que aun se consideraba galo, eran adorados asiduamente. Pregunté entonces como nuestros dioses, los Thuatas, toleraban la presencia de deidades extranjeras en su territorio… aunque más tarde razoné que de seguro los Thuatas habrían pedido y obtenido la ciudadanía romana… o habrían sido adoptados por Júpiter Óptimo Máximo, quien dicen que es el padre de todos los dioses… En fin, ya se lo preguntaría a algún druída cuando regresara.
Tras cruzar el Rubicón y entrar en territorio latino el panorama fue cambiando paulatinamente. Ya no se veían tantos bosques ni tantas granjas, sino que predominaban los grandes campos sembrados que, al estar en el mes de quintilis, dejaban ver hermosas espigas casi maduras de trigo. Estas grandes extensiones eran (según me explicaron) los Latifundia, cientos de iugueras de terreno en manos de una sola persona. Cada tanto se veían tropillas de esclavos trabajando en ellos.
-¿Y en todos se siembra cereal? –Pregunté a mis acompañantes.
-En casi todas. –Contestó escuetamente Antistio.
-¿Para qué tanto? –Quise saber, ya que estaba acostumbrado a las pequeñas granjas comunales galas. Tanta tierra dedicada a un solo cultivo y en manos de una sola persona no me entraba en la cabeza.
-Porque… -Esta vez habló Albino, quien generalmente demostraba más paciencia a mis preguntas.- la dieta de los romanos se basa en el pan. Nosotros nos alimentamos bien ahora porque estamos en un campamento de instrucción, pero en campaña sabrás lo que es comer solo pan. Y en la ciudad para la mayoría de la plebe es el único alimento… y por sobretodo, mientras más cereal tienes, más ejércitos puedes mantener. Tropas bien alimentadas que no se mueren de hambre no merman su accionar en la batalla.
-Ahhh… -Dije un poco asustado. No me imaginaba estar “bien alimentado” solamente a base de pan.
Evitamos las grandes ciudades y las posadas para viajeros a sugerencia de Antistio, quien alegaba que hospedándonos en casas de labriegos habríamos de gastar menos. Puede ser que el razonamiento haya sido cierto, pero también fue cierto que nos mal alimentamos y debimos dormir en establos donde la paja que utilizábamos como colchón nunca era nueva y nunca estaba limpia, entonces al llegar al próximo río o arroyo debíamos bañarnos y lavar bien nuestras ropas tratando de expulsar la mayor cantidad posible de pulgas, piojos y chinches… aunque nunca lo pude hacer de forma que no quedara una de esas malditas alimañas.
-Se reproducen como germanos… -Comentó Antistio, y a mi no me hizo mucha gracia.
Cuando manifesté deseos de conocer la ciudad de Rávena, a la cual llegaríamos si nos desviábamos un poco (y por la cual no tenía una especial curiosidad sino que deseaba ver con mis propios ojos una gran urbe romana), me dijeron que no valía la pena, que perderíamos tiempo y luego me parecería una nadería comparada con Roma. La cual divisamos la tarde del quinto día de camino.
Y su vista era realmente impresionante. Viéndola desde una elevación, sus siete colinas tapizadas de edificios, rodeadas por la muralla Servilia y con el Tíber a sus pies… formaba un conjunto majestuoso.
Albino se detuvo francamente emocionado. De su pequeño cuerpo parecía querer escapar un torrente de palabras, más solo pudo pronunciar un cargado y emotivo “¡Roma!”. Luego suspiró profundamente y exclamó:
-¡No hace tres meses que salí y ya me siento ansioso por regresar como novia en noche de bodas!
-Bueno, bueno –Le dijo Antistio mirándolo extrañado.- apresurémonos si no queremos vagar por allí de noche… los criminales últimamente se están reproduciendo como germanos…
Bueno, bueno, me dije yo, no sabía si el decurión estaba al tanto de que soy medio germano, pero su actitud no le estaba granjeando justamente un amigo…
Y nos apresuramos, pero al atravesar los campos vaticanos nuestros dos guías, de común acuerdo se detuvieron.
-Creo que podríamos llevar algo para la cena. –Comentó Antistio, Albino le dio la razón con un fuerte movimiento de cabeza.
-Vamos a tener que rodear las murallas y entrar por la vía Appia. –Le contestó.
-Por allí no se está muy lejos de mi casa.
-Vale.
Y semi agachados abandonamos la vía y nos internamos en los campos. Aquí se encontraban los huertos comunales romanos (aunque cada surco tenía su dueño… como todo en Roma), que abastecían de legumbres a la ciudad. Había surcos de interminables de nabos, coles, zanahorias, rábanos, porotos, garbanzos, había también espinacas, cebollas, acelgas, árboles de duraznos (aunque aun no muy maduros), damascos, ciruelas, etc.
Nos dividimos en dos grupos, Albino y yo por un lado, Antistio y Toscus por el otro. Extrañado, veía que el pequeño Albino dejaba pasar surco tras surco. Cuando le pregunté por qué no nos deteníamos a recolectar nada, me contestó:
-Luego, luego, antes hemos de comprobar algo.
Ese comentario me dio la pauta de que no era la primera vez que mi compañero se dedicaba a estos enseres sino que tenía sobrada experiencia en la materia.
-¿Por qué huele tan feo? –Le pregunté en un momento.
-Por el abono. Verás, los romanos comemos mucho cerdo, es un círculo, los desperdicios de las verduras van a parar a los criaderos de cerdos… y los desperdicios de los cerdos van a parar a los huertos de verduras… Je je je…
A mí no me hizo la menor gracia.
-¡Llegamos! –Dijo al momento en que se detenía.- ¡Mira que hermosos que están!
-¿Qué son? –Desconocía esa planta de tallo grueso y de flor verde con muchos pétalos superpuestos.
-¿Cómo que “que son”? ¡Alcauciles! ¡Bárbaro ignorante! ¡El más delicioso regalo de la tierra!
Si, sería un bárbaro ignorante en cuanto a los alcauciles, pero seguro que no tan bárbaro como él a la hora de comerlos.
-Bueno, -Contesté picado.- ¿Los juntamos o qué?
-Espera. –Me contestó.
Lo vi entonces saltar algunos surcos y luego regresar más contento aun.
-¡También está lleno de espárragos! ¡Jua! ¡Jua! ¡Te prepararé el mejor estofado que hayas comido en tu vida!
Esa promesa y ese entusiasmo hicieron que le perdonara un poco su exabrupto anterior. Comenzamos a recolectar los alcauciles, de los cuales llenamos una bolsa entera. Albino se colocó la muda de ropa que traía de repuesto sobre la puesta para hacer espacio y luego exigió que yo haga lo mismo.
A mi bolsa la llenamos de espárragos, aunque estás ramitas finas y delgadas no me impresionaron tanto. De regreso completamos la carga con algunas coles, algunos nabos y un montón de rábanos.
-¿Por qué hemos de rodear las murallas para entrar a la ciudad? –Pregunté ansioso por conocer un poco de Roma entes de que anocheciera, al momento en que nos reuníamos con nuestros compañeros.
-No, no, –Me contestó Antistio.- si ingresamos por esta puerta nos encontraremos con un piquete de guardias que está allí justamente para evitar que la gente haga lo que acabamos de hacer nosotros.
-En cambio, por la vía Appia no hay guardias.
Fue una caminata de casi dos leguas que realizamos a marcha forzada. Tomamos la vía cuando el sol comenzaba a ponerse, por eso no pude detenerme a contemplar las innumerables tumbas que había a ambos lados del camino. Eran las tumbas de la familia de los Cornelios, patricios de antes del surgimiento de la república cuyos antepasados habían construido la famosa calzada que unía Roma con Capua.
Cuando hice un gesto de querer detenerme junto a un mausoleo ricamente tallado Albino me reprendió.
-Apresúrate Argecilao, no hay nada más peligroso que el Subura por la noche.
-¿El Subura?
-El barrio donde está mi casa, el barrio donde se crió Julio César, el barrio más pobre de Roma… y también el más violento…



Final del capítulo once.
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