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Capítulo 1

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Mensaje  Abadón Jue Oct 29, 2009 9:26 pm

Escasos tres meses antes, si alguien me hubiese llamado “sucio galo” lo habría estrangulado con mis propias manos. Tres meses después solo me limitaría a mirarlo de arriba hacia abajo y a regalarle con el más profundo de mis desprecios.
Es que ahora soy Romano. Tres meses antes mi padre fue elegido Duumviri de la aldea (que ya no es tan aldea) y en ese momento adoptó la ciudadanía Romana, al igual que toda su familia (o sea, yo). Para mi no hace diferencia, y así se lo dije a padre, quien me contestó con un fuerte puñetazo en la nuca al tiempo que me decía:
-Cayo Rabirio Argecilao –Ah! Con la nueva ciudadanía mi nombre había crecido, de solo llamarme Argecilao, ahora soy Cayo Rabirio Póstumo Argecilao Félix. Los tres primeros nombres los adquirimos por ser los del romano que nos dio la ciudadanía y es nuestro patrón. El último es un añadido de mi padre, que así quiso demostrar lo feliz que su nuevo estado lo hace.
-Cayo Rabirio Argecilao -Dijo mi padre- he trabajado casi toda mi vida para lograr esto. Y no voy a permitir que un pequeñajo palurdo con la cabeza llena de aserrín no note la diferencia. –Dicho lo cual me obsequió otro puñete en la nuca.
Ya no era ningún pequeñajo, tenía diecisiete años. Mi padre ya es viejo, muy viejo, tienen más de sesenta, le falta la mano izquierda y un surco en el rostro recuerdo de la espada germana que le llevó un ojo. Soy un tanto más alto que él y mucho más fuerte, por lo que no tendría problemas en enfrentarlo, pero padre goza de demasiado respeto como para hacerlo. Es el único que queda con vida de los hombres de nuestro pueblo que luchó contra los germanos en tiempos de Cayo Mario (hace más de cuarenta años según dicen). En Aquae Sextiae perdió la mano y al contrario de muchos, pidió que le hicieran un torniquete, le ataron el escudo al antebrazo y volvió la batalla. En Vercellae, un germano de más de nueve pies de altura (sabemos que es mentira, pero cuando se lo decimos él pregunta: “¿Cuántos de ustedes han visto alguna vez a un germano?” Obviamente que ninguno, hace más de cuarenta años que no se ven germanos por aquí, por eso lo dejamos proseguir), lo tumbó en el suelo y le rajó la cara con su espada de seis palmos. Más el se levantó y estranguló al gigante con su única mano.
Puede ser que mis bigotes aun no sobrepasen el mentón, que todavía no blanquee mis cabellos con cal, pero ya no era tan niño como para creerme esa historia. Aunque nunca oí a nadie burlarse del viejo, sino todo lo contrario. Según dicen los otros viejos, fue un gran guerrero. Con sus seis pies de estatura es alto aún, y debió de serlo más cuando joven. Todavía monta a caballo atándose las riendas al muñón y caza jabalíes con su lanza, la misma que utilizó en Aquae Sextiae.
Por eso no entiendo su fanatismo por los romanos.
-Porque tienes la cabeza llena de aserrín. –Dice padre.

A mi no me impresionan los romanos. El más alto de ellos no llega a los seis pies de estatura (he visto un par que no daban los cinco), usan el pelo corto y van totalmente afeitados (¡Totalmente afeitados!), no hay carácter en sus rostros. Siempre visten de blanco, con esas togas que más parecen vestidos de mujer, reclinados para comer… hablando siempre ampulosamente ese idioma tan apropiado para los cerdos y el cual hablo perfectamente, ya que cuando los demás niños jugaban, iban de cacería o aprendían a luchar, a mí estaban enseñándome latín a fuerza de latigazos… y griego también. Aunque ese no es idioma para cerdos sino para cervatillos jóvenes.
Cierto día me planté delante de padre (Yo debía tener unos trece años) y le pregunté cuan orgulloso se sentiría de mí cuando todos los demás fueran fieros guerreros y yo un vil escriba.
-¿Quién dijo que tu serás escriba? –Me preguntó divertido.
-Es lo que seré si los demás aprenden a guerrear y yo a leer y a escribir.
-Tú no serás escriba… y no aprenderás a luchar con los demás muchachos.
-¿Y quién me enseñará? ¿Tú? –Pregunté al borde de la irrespetuosidad.
-Los romanos te enseñarán.
-¡Los romanos! –Exclamé indignado.
-Si, pero antes debes aprender a leer y a escribir. –Y tomando el látigo me envió nuevamente con el tutor.

Somos los más ricos de la aldea, tenemos más campos y esclavos que cualquiera por aquí. Pero la mayoría de nuestra fortuna no viene del trigo ni del ganado sino de la húmeda grieta de una montaña donde padre cría unos gordos y carnosos caracoles que vende a los romanos, quienes pagan lo que sea por ellos.
Esto, más el hecho de no ir a aprender a pelear, no me favoreció justamente. No era a mí a quien elegían las chicas para ir tras los arbustos las noches de fiesta y los demás se burlaban siempre que padre no estaba presente. Hasta que una noche, el resentimiento y el rencor se combinó con la escasa supervisión paterna que no fue muy rígida y yo bebí más hidromiel que de costumbre. Y Decirix, Lidavico y Durorix también.
Teníamos todos casi diecisiete años y de niños éramos muy amigos, más en estos días ellos se creían más hombres que yo y me despreciaban.
Estaban sentados al otro extremo de la larga mesa hablando por lo bajo entre ellos pero cada tanto dirigían su vista hacia mí, entonces reían. Una y otra y otra vez sucedió, mientras yo sentía que la furia iba creciendo dentro mío, al igual que el efecto del hidromiel. Creo que padre se percató, más continuó charlando con Versicaveluano como si nada pasara.
Cuando más fuerte sonaron las carcajadas, padre me dijo, “Argecilao, ve por otra jarra”. Yo le obedecí medio tambaleante, tales eran los efectos del alcohol en mí, pero al pasar delante de Deciorix este me detuvo.
-Argecilao, estábamos hablando de ti.
Yo lo miré con ojos asesinos, lo cual de ser posible los divirtió aun más.
-Nos preguntábamos – Continuó- para qué serias útil si vamos a una guerra – los otros sonrieron- y llegamos a la conclusión de que podrías ser el encargado de cocinarnos caracoles para estar fuertes al momento de entrar en batalla…-se echaron a reír.
Un galo nunca cocina. Cocina su madre, su hermana o su esposa. Un galo lleva un esclavo a la guerra solo para que le cocine. Me estaban llamando mujer o esclavo, ambos insultos intolerables para un galo de mi posición.
Sin pensarlo tomé una jarra de estaño que se encontraba allí y la estrelle en el rostro de Deciorix. De un puñete mande a Durorix al piso, pero Lidavico reaccionó y me saltó encima, agarrándome por detrás. Los otros dos se recompusieron y comenzaron a golpearme donde y como pudieron. Entonces Esus (Dios galo de la guerra) me poseyó el espíritu y mi furia explotó. Me desprendí de Lidavico mientras golpeaba Durorix, luego me volví y estrellé mi bota en la cara de Lidavico, rompiéndole un diente. Deciorix quiso agarrarme pero ambos rodamos por el suelo, lo sometí de espaldas al piso y comencé a aporrearlo con todo mi odio. Solo paré cuando su rostro estaba salpicado todo de rojo y de mis nudillos goteaba sangre.
El silencio de la noche me hizo reaccionar. Todos me miraban estupefactos. Pero fue solo un segundo, inmediatamente rompieron a aplaudir y a vitorear mi nombre. Si hay algo que un galo ame casi tanto como la batalla es una buena pelea.
Llegué hasta el tonel de hidromiel, llené una jarra y regresé hasta donde estaba padre. Me miraba seriamente. Yo no sabia si estaría disgustado, por regla no debería de estarlo, pero padre escapaba a todas las reglas. Le ofrecí la jarra con toda la humildad que un hijo le debe a su progenitor, el la tomó y la vació de un solo trago. Luego se levantó y dijo a los demás:
-Bueno amigos, demasiado espectáculo para mi edad. Ven hijo, dale el hombro a tu padre para que el viejo pueda regresar a casa.
Parece insignificante, pero era la primera vez que me llamaba hijo. Y al apoyarse en mi hombro dejaba en claro ante la aldea que ya me consideraba lo suficientemente hombre como para cuidar de él. De esta forma y en silencio recorrimos casi todo el camino a casa, pero antes de llegar, padre se detuvo.
-Eres extremadamente fuerte y rápido. Cuando aprendas a luchar con la cabeza y no con el corazón serás prácticamente invencible.
Yo no cabía en mí de la emoción. ¡Padre me reconocía! ¡Y me decía que sería un guerrero invencible! De haber sido menos hombre, hubiese llorado.
Mudo por el nudo en la garganta, bajé la mirada y quise continuar el camino, mas padre me retuvo. Volvió hacia atrás la vista, escudriñando en la oscuridad, entonces hizo algo que yo nunca imaginé que podría llegar a hacer. Llevo su mano hasta mi coronilla y acarició dos veces mi cabeza.
-Desde aquí voy solo. –Me dijo al tiempo que miraba por detrás nuevamente.
Se alejo mientras yo quedaba clavado al piso estupefacto a más no poder. Fue cuando oí pasos a mis espaldas, me volví y reconocí a la hija de Versicaveluano. Ella se me acercó, tomó mi mano derecha y lamió la sangre de mis nudillos. Luego me llevo detrás de unos arbustos.
Fue cálido, fue húmedo, fue hermoso.
Al otro día pinte mis cabellos con cal.

Fin capítulo 1
Abadón
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