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Mensaje  Abadón Jue Oct 29, 2009 9:30 pm

Pero todo esto sucedía cuando yo era galo. Dos intervalos de mercado después de cumplir mis diecisiete años padre era elegido Duumviri. Tres intervalos de mercado más y llegó Cayo Rabirio Póstumo en persona. Era este un romano bastante bajo (como todos los romanos) y bastante gordo. Era quien nos compraba los caracoles, más solo lo habíamos visto en un par de ocasiones ya que padre y él comerciaban por medio de agentes.
Descendió de un calesín tirado por mulas, seguido de su esposa y de su hija. Saludó efusivamente a padre, nos presentó a su familia y pasamos al comedor. Padre tenía tres lectus para cuando recibía romanos, y yo creo que lo disfrutaba. Nos reclinamos en ellos, padre en el principal, Cayo Rabirio a su derecha y yo en el de la izquierda, las dos mujeres se sentaron en sillas colocadas al frente.
Durante la comida solo se habló de trivialidades, los negocios vendrían después, cuando las mujeres y yo nos hubiésemos retirado. A mi me desagradaba Cayo Rabirio, pero padre le tenía gran respeto. Yo le pregunté como podía tenerle tanta estima a un comerciante.
-No es un simple comerciante –Me contestó- o no como tú lo entiendes. Cayo Rabirio Póstumo es un banquero, cuida de los intereses de muchas personas importantes en Roma y mediante préstamos y extorsiones (me hubiese encantado que en ese momento me explicara que eran las “extorsiones”) controla a muchos senadores. Por lo tanto, así como lo ves, es una de las personas que gobiernan a las personas que gobiernan la ciudad que nos gobierna… y junto a nosotros a medio mundo.
Roma
La ciudad a la que todos odiábamos y temíamos. La ciudad de la que éramos provincia con un gobernador que se renovaba año tras año, pero que nunca elegíamos nosotros.
Roma, la ciudad a la cual yo no tardaría en pertenecer.
Terminada la comida, tanto la madre como la hija agradecieron la hospitalidad y se retiraron. Yo esperaba quedarme gracias a mi hombría recién adquirida, pero padre me hizo señas inequívocas de que me fuera. Vagué entonces a través de los manzanos un poco desilusionado hasta que me senté al borde de la acequia, simplemente a ver correr el agua. Una voz aguda me sacó de mi ensoñación.
-Hueles a estiércol de caballo. –Dijo Rabiria, la hija de Cayo Rabirio Póstumo.
No contaría con más de once años, aunque parecía más chica. Aunque por el peinado elaborado podía llegar a parecer de más edad, por el resto era menuda y frágil como un alerce de un año. Solo se destacaban los ojos, que eran de un verde brillante. Los ojos y la blancura de su piel, jamás había visto una chica tan blanca.
-¿No tendrías que estar con tu madre? –Le pregunté para recalcar su corta edad.
-Cree que estoy con Silvia.
-¿Quién es Silvia? –Quise saber.
-Mi aya.
-¿Qué es un aya?
-¿Eres estúpido o qué? La aya es la mujer que me cuida.
Yo realmente no lo sabía. Ninguna niña de la aldea tenía una Aya que la cuidara, crecían y maduraban solas. Respondí a su insulto con silencio.
-¿Todos lo bárbaros son estúpidos y huelen a bosta de caballo?
-¡Yo no huelo a bosta de caballo! Me lavé esta mañana. –Me defendí.
-¿Y por qué no te pusiste algún aceite o perfume?
-Eso es cosa de mujeres… -Le contesté.
Ella comenzó a pasearse alrededor mío sin quitarme los ojos de encima.
-Eres muy alto.
-No, los romanos son muy bajos. ¿Qué edad tienes?
-Casi once.
-Eso es igual a diez.
-¡No! ¡Es casi igual a once!
Y hubiese seguido discutiendo la malcriada si no fuera porque la llamaban para irse. Me hizo un gesto de desdén y desapareció corriendo. Me levanté muy despacio y la seguí. Cuando llegué hasta el calesín donde padre estaba despidiendo a los visitantes, la niña tiró de la toga de Cayo Rabirio, me señaló y le preguntó:
-¿Por qué tiene el pelo blanco y parado?
-Porque es su costumbre. -Contestó éste con mucha paciencia.
-¿Es una costumbre bárbara?
-Si, Silvia, llévate a esta niña de aquí. –Cosa que no gustó nada a Rabiria. Luego Cayo Rabirio se dirigió a mi padre.- Entonces dentro de tres meses…
-Dentro de tres meses lo recibiré.
Tras asentir ante la respuesta de padre, nos saludó a ambos, subió al calesín y partió.
-¿A quién recibiremos dentro de tres meses? –Quise saber.
-Recibiremos al gobernador.
Era un hecho inusitado, que un gobernador se dignara a visitar nuestra aldea no se había visto nunca.
-¿Eligieron uno nuevo? ¿Ya sabes quién es?
-Es el mismo del año pasado, y por lo visto va a quedarse otros cuatro años más.
-¿Solo a anunciarte eso ha venido Cayo Rabirio?
-No, también traía la carta de ciudadanía. A partir de este momento somos romanos.
Acepté la noticia con la más absoluta de mis indiferencias. Pero tres meses más tarde empezaría a tener relevancia en mi futuro mi nueva nacionalidad, ya que tres meses más tarde conocería a Cayo Julio César.



Final del capítulo 2
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