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Capítulo 4

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Mensaje  Abadón Jue Oct 29, 2009 9:32 pm

Era Ariovisto el principal caudillo de los germanos suevos, éstos habían pedido autorización a los Eduos para asentarse en un tercio de sus tierras, las menos productivas. Los Eduos, que desde hace casi un siglo tienen tratados de alianza y amistad con Roma, juzgaron conveniente cederles esa franja de terreno antes de soportar una invasión en todo su territorio. Por un tiempo todo funcionó como eje de una rueda untado con manteca. Los germanos hasta cerraron ellos mismos un tratado de amistad y alianza con Roma. Pero extraños rumores nos llegaban desde el norte… que habían llegado más suevos de lo estipulado… que estaban acaparando más territorio… que algunas granjas habían sido saqueadas… algunos bosques sagrados talados… En fin, toda una oscura visión del cuco germano.
-Supongo que algo relacionado con Ariovisto.
-Efectivamente. –Contestó César.
-Entonces los rumores son ciertos… -Dije interrumpiendo.
-Peor que ciertos. –Respondió César.- Ya han ocupado la mitad sur del territorio de los Eduos y se extienden hacia el oeste… Y al oeste están los bitúrigos…
-Y los bitúrigos tienen minas de hierro. –Completó padre la frase.
-Si –Asintió César- y todos conocemos de los que son capaces muchos germanos con mucho hierro.
-Por consiguiente, irás a la guerra contra ellos.
Cayo Julio suspiró y se sentó abruptamente en el lectus mientras se retorcía frenéticamente las manos. Había pasado en un instante de la calma a la obsesión.
-¡Eso quiero Eperedorix! ¡Eso quiero! ¡Pero los cunnus del senado me niegan el oro para contratar más legiones! ¡No comprenden que no puede existir una fuerza germana en el centro de la Galia! ¡Esos ignorantes! ¿Cuánto tiempo creen que tardarían en dirigirse hacia los mejores campos del sur? ¿Y a los campos de Italia? ¡Los campos de Roma! –Comenzó a pasearse por la habitación.- ¡Y no se puede decir que no los conozcamos! ¡Los conocemos desde los tiempos de Cayo Mario y Lucio Cornelio Sila! ¿Y cuantas veces nos vencieron antes de que ellos dos invirtieran las cosas? –Volvió a sentarse un poco más calmado- Sabemos que mueve a los germanos, sabemos por qué vienen… tienen hambre… ellos no cultivan, viven de sus vacas, de su carne, de su leche, de su cuero… pero su tierra es excesivamente pobre y sus poblaciones crecen… ¡Luego no hay comida para tantos! Por eso migran. Primero los helvecios, ahora los suevos. Y Ariovisto es inteligente, colocó una cuña entre los Eduos y lentamente fue trayendo más y más gente desde el este… Si, si, muy inteligente…
A lo mejor fueron las anteriores revelaciones sobre mi procedencia las que me llevaron a preguntarle.
-¿Y qué quieren los germanos? Porque si son tierras…
-¡No! Los germanos no quieren tierras. ¿Para qué las querrían si no saben cultivarlas? Ellos invaden un lugar y allí se quedan hasta que agotan todos sus recursos, después levantan sus bártulos y se largan a otro lado.
-¿Qué quieres de mi con relación a esto, César? –Le preguntó padre.
-No voy a mentirte Eperedorix, solo cuento con tres legiones, la quinta Alauda, la octava y la décima, todas por debajo de sus posibilidades, doce mil hombres en total. Ariovisto puede poner siete u ocho veces ese número de tropas en batalla. Así que vengo a pedirte que me ayudes a convencer a los Duumviri de las otras aldeas para que su gente pelee una vez más con Roma contra los germanos.
Padre hizo un gesto de desprecio.
-¿Y para qué quieres a nuestros jóvenes, César? Antes combatíamos formando la caballería, más ustedes ahora contratan jinetes Eduos, y ellos esta vez no lo harán por la paga. ¿Quieres que nuestros jóvenes guerreros, ávidos de gloria, peleen como auxiliares de las legiones? ¿Los ves ensatando caballos con largas pértigas? ¿Tirando con hondas o arcos? No César, si un galo no pelea a caballo pelea con una espada de seis palmos. ¿Y para que quieres una horda indisciplinada junto a tus bien ordenadas legiones?
-Tienes toda la razón en todo lo que has dicho. No quiero a tus jóvenes para nada de eso. Los quiero para formar legionarios.
-Solo los ciudadanos romanos pueden ser legionarios… -Dijo padre cautamente.
-Se les otorgará la ciudadanía. Eso, más el reparto del botín será su paga.
-Mmm… No creo que con eso baste.
-Tendrá que bastar, después de todo, los germanos son tan problema de los romanos como de los galos.
-No César, eso era verdad en los tiempos de tu tío, cuando las hordas germanas llegaron hasta aquí, pero prueba ahora explicarle a un galo de la Galia Cisalpina que tiene que ir a luchar por un galo de la Galia Comata. Y en cuanto a lo de la ciudadanía… Mira el cabeza de aserrín de mi hijo, fue educado como romano, habla como romano, sabe mas historia, poesía y retórica que la mayoría de los romanos. ¡Es romano! Y cuando le entregaron la ciudadanía lo único que hizo fue refunfuñar y quejarse. Imagina ahora al resto. No, César, eso no es incentivo para nuestros muchachos. ¿Y piensas que solo se conformarán con su parte del botín? ¿Un botín que solo será repartido luego de que tú celebres tu triunfo? Siempre y cuando triunfes, claro, y vaya a saber cuantos años pasan antes de eso. ¿Y cómo reaccionarán cuando vean que el resto de los legionarios (los verdaderos legionarios romanos quiero decir) reciben su salario y ellos no? Los jóvenes de por aquí no pelearan por Roma si solo les ofreces eso.
El aludido miraba fijamente a mi padre. No paraba de balancear una pierna por debajo del lectus y se mordía los labios.
-¿Tengo entonces que esperar que los germanos conquisten media Galia, la usen como base de aprovisionamiento y lleguen hasta aquí para que tu gente se digne a pelear?
-No necesariamente… -Comentó padre con aire enigmático.
-¿No necesariamente? –Ahora fue el turno de César de ponerse cauto.
-¿Cuántas legiones y cuanto oro precisas para pelear contra Ariovisto?
-Por lo menos seis legiones más, lo que costaría unos cuatro mil talentos.
-¿Por qué no pides ese dinero prestado? Según creo, tienes un montón de banqueros prendidos a tu estela.
-¡Ja ja ja! –Rió César- Eso es exacto, tengo un montón de zánganos haciendo negocios en mi provincia a mi costa y que no tendrían ningún problema en adelantarme esa cantidad. Pero pongámonos serios, ese oro es la cantidad mínima como para arrancar, puedo sacar algo con la venta de esclavos (en caso de que triunfemos) pero no suficiente para devolver el préstamo… y ten la seguridad de que esos banqueros que me siguen y me prestarían los denarios, no dudarían en pedir mi cabeza si creen que no puedo devolverles el capital. Luego se buscarían un gobernador más dócil y lo colocarían en mi lugar.
-¿Y si yo te dijera donde hay oro suficiente para devolver ese préstamo y varios más?
Ahora si que César estaba sorprendido. Más miró astutamente a padre y le dijo:
-Diría que tienes un favor enorme para pedirme…
-Ja ja ja. Es cierto.
-¿Y cual sería ese favor?
-La ciudadanía romana.
-Si ya la tienes…
-Déjame terminar. Quiero la ciudadanía romana para toda la Galia Cisalpina al norte del Po.
César se rebulló inquieto en el lectus.
-No digo que no me gusta la idea. Hace tiempo que creo que todo este sector debería ser más que una mera provincia romana. Pero es prácticamente imposible. Aparte no quiero terminar como Druso.
Marco Livio Druso fue uno de los romanos más insignes de su época, fue herido en la batalla de Arausio, donde, por culpa de una desavenencia entre los generales romanos, los germanos aniquilaron a dos soberbios ejércitos junto con sus aliados itálicos. Desde ese momento se propuso firmemente legislar la ciudadanía completa para toda la península itálica, ya que, según decía, si eran capaces de morir en un campo de batalla junto a los romanos (y culpa de generales romanos), por que no habrían de ser considerados romanos también? Casi lo logra cuando fue elegido tribuno de la plebe. Más, días antes de que dicha ley fuera votada en el senado, fue brutalmente asesinado. Obviamente, César no quería terminar como él.
Mi padre prosiguió.
-Pero finalmente se aprobó otorgar la ciudadanía a toda la península itálica.
-Después de una guerra que duró tres años, de que toda Italia quedara arrasada y de que ganáramos gracias a que todos los generales que ostentaron el mando se fueron muriendo hasta que éste quedó en manos de Cayo Mario y de Lucio Cornelio Sila… pero no te inquietes, creo poder conseguir lo que me pides, pero con un proyecto a muy largo plazo.
-Poco me importa, con tal de que se haga.
-¿Y donde encontraré tan fabuloso tesoro?
-En la oppidum de los atuatucos.
-¿De los atuatucos? ¿De donde sacaron tanto oro los atuatucos?
-Como sabrás, los atuatucos no son galos celtas.
-Lo sé.
-Son descendientes de los germanos que vaya a saber hace cuantos cientos de años conquistaron ese pedazo de tierra y se mezclaron con los celtas de la zona ya asentados allí. Bueno, resulta que están emparentados con los Cimbros y los Teutones. Cuando éstos invadieron la Galia en la época de tu tío, antes de dirigirse a Italia, dejaron todo su oro al cuidado de sus parientes. Pero se toparon con los romanos en Vercellae y los que no murieron fueron vendidos como esclavos, incluidas las mujeres y los niños. Solo unos seis mil regresaron a Atuatuca y se confundieron con la población. Ese oro aun está allí César, miles y miles de talentos en forma de medallones, broches, lingotes, barras y adornos.
-¿Y cómo sabes tu todo eso? –Preguntó César a padre luego de meditarlo unos momentos.
-Hace unos veinte años, en una correría al norte de los bosques de las Ardenas contra los Nervios, le erramos al camino en algún punto del río Mossa y terminamos asaltando una aldea atuatuca. De allí me traje a la madre de Argecilao, que era descendiente de los pocos Teutones sobrevivientes. Creo que ella amó un poco a este pobre viejo manco ya que nunca dejó de hablarme de ese oro, sabiendo que con eso despertaba mi interés.
-¿Cómo murió? –Pregunté preso de la más salvaje curiosidad.
-Como gran parte de nuestras mujeres, durante el parto.
-Es un trato –Nos interrumpió César.- el oro germano a cambio de la ciudadanía romana para los galos.
-Y por hacer algo por el cabeza de aserrín… -Le recordó padre.
-¡Ja! ¡Un romano que es mitad galo, mitad germano! Aunque no me lo pidieras me lo llevaría lo mismo por la sola curiosidad de ver hasta donde es capaz de llegar.


Final del cuarto capítulo.
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