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Capítulo 6

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Mensaje  Abadón Jue Oct 29, 2009 9:33 pm

Con mi nuevo equipo a cuestas fui a instalarme en la tienda que me asignaron. Era idéntica a las miles de tiendas que había en el campamento y dudé seriamente poder volver a ella en caso de dar dos pasos en cualquier dirección. Al llegar esperaba encontrarme con un montón de soldados pululando de un lado para el otro, pero me sorprendió lo vacío del lugar.
-Es que solo ayer comenzó la recluta. –Me explicó Tito Roscio mientras me acompañaba.- Los veteranos tardarán un tiempo en venir, si es que lo hacen. Y la mayoría de los galos cisalpinos no tienen aun la ciudadanía, primero han de enrolarse, luego solicitar su carta y solo después comenzarán la instrucción.
Me despedí del ayudante y entré al cuadrado de tela engrasada que sería mí vivienda por los próximos tres meses (eso tiempo calculaba). Me encontré que el único mobiliario eran once jergones con una banqueta de cuero al pie de cada uno. Como estaban todos vacíos, elegí el más próximo a la entrada. Luego de dejar mis cosas en el suelo, abrí el paquete y saqué el equipo. Me acomodé en la banqueta, tomé un trapo y me puse a sacarle brillo a la cota de hierro.
Sería poco antes de mediodía cuando una sombra tapó la entrada de la tienda. Al levantar la vista me encontré con el romano más bajo de todos los romanos… ¡Por Dagda! ¡Si le faltaban como tres pulgadas para llegar a los cinco pies! Esto romanos…
-Estás mal ubicado. –Fue lo que me dijo ese… ese… bueno, fue lo que me dijo ese.
Lo miré de arriba abajo. No solo era un enano, sino que era absolutamente blanco, blanca la piel, blanco el pelo ¡Blancas hasta las cejas! Como si no me hubiese dicho nada de nada, desvié mi mirada y continué con lo que estaba haciendo. El extraño ser atravesó la tienda hasta el fondo y dejó sus cosas ante el último jergón. De allí regresó hasta mí.
-Soy Marco Arunculeyo Albino, de los Arunculeyos plebeyos, pero llámame solo Albino. –Dijo extendiéndome el antebrazo.- No quisiera molestarte pero estás en el lugar del Decurión.
-¿Y quién es el Decurión?
-Aun no lo sé, pero de seguro no tardará en llegar.
Resignado, tomé su antebrazo, me presenté y cambié de lugar.
-Cayo Rabirio Póstumo Argecilao Félix, pero llámame solo Argecilao. No veo tu equipo. ¿Aun no lo compras?
-No utilizo, –Me contestó- soy un no-combatiente.
-¿Cómo un “no-combatiente”?
-Me encargo de los pequeños quehaceres de la decuria, pero no lucho.
-¿Eres esclavo?
-No… -Me miró raro.- Los esclavos se ocupan de las mulas y de la artillería… yo soy ciudadano romano y cobro la misma soldada que tú. ¿Es que no lo sabes?
-Debes perdonar mi ignorancia, Albino, recién hoy ingreso en las legiones.
-Ah… Está bien. Tú no creciste en Roma, eres de por aquí ¿Verdad?
-Verdad, a solo dos jornadas de marcha.
-Ah… Nosotros crecemos sabiendo todo esto.
-¿Y por qué no eres legionario?
-Porque soy muy bajo.
-Todos los romanos son bajos.
-Bueno, se ve que yo soy más bajo todavía.
-¿Y tú solo te encargas de la decuria?
-No, seremos dos… pero por el momento se ve que conmigo basta y sobra. ¿Qué haces? –Me preguntó luego de que yo escupiera sobre la cota y pasara el trapo.
-Le saco brillo.
-Bonita cota… ¿No querrás que se te oxide, verdad?
-No…
-Entonces no la escupas más. Pásale esto. –Dijo alcanzándome un trozo de cebo.- Para que siempre esté bien deberás verla opaca, no brillante.
-Pero olerá mal… -Protesté.
-Bha… Te acostumbrarás. Mmm… Ya debe ser la hora de la comida… enseguida regreso.
Al cabo de un rato regresó con dos cazuelas llenas a rebozar con trozos de cordero asado, puré de garbanzos con trozos de tocino salado y aceite de oliva y dos hogazas de pan recién horneados.
-Como se nota que el lugar está vacío de reclutas. Aprovecha, dudo que nos ofrezcan tanta cantidad de rancho durante mucho tiempo. –Decía mientras me alcanzaba una escudilla.
Me habían enseñado a comer como persona civilizada, es decir, como romano, cortando la carne en pequeños trozos con un cuchillo y tomándola delicadamente con la mano derecha, de a un trozo por vez, mientras colocaba la izquierda debajo para evitar que el jugo manche mi ropa. Pero este tal Albino era tan bárbaro para comer como el galo más bárbaro de mi aldea. No terminaba de tragar un trozo de cordero cuando ya se metía una cucharada grande de puré, y antes de tragar este se zampaba un pedazo de pan. Cuando ya veía que el tamaño de la boca no le alcanzaba para tanta comida, bajaba todo con sendos (y ruidosos) tragos de agua.
Yo estuve mirando la escudilla por unos momentos antes de comenzar a comer. Cuando me decidí a hacerlo, noté el cordero un tanto desabrido, ya que en casa acostumbraba comer jabalíes y ciervos. El puré no estaba mal, aunque de buena gana le habría añadido manteca, el aceite de oliva, para mí, no tiene gusto a nada. Con lo único que se esmeraron fue con el pan, de harina de trigo y levadura, ligeramente salado. Jamás en casa de padre los cocineros consiguieron algo semejante.
Supuse que Albino sabría de lo que hablaba, así que me esmeré en terminar la comida. Más no pude acabar con todo el pan, cosa que el pequeño romano me arrebató agradecido.
-Buenooo…. –Dijo tras un largo eructo.- Eso es todo por ahora.
-¿Y qué sigue? –Quise saber.
-Dormir.
-¡¿Dormir?! Si recién pasa del mediodía…
-Muchacho, este estado de cosas no puede durar, así que tenemos el deber de comer y dormir cuanto podamos.
Y sin decir más se retiró a su jergón. Yo lo seguí y estuve un largo rato dando vueltas, pero al final me adormecí.
Nos despertó una abrupta irrupción en la tienda. Con los ojos semi cerrados conocí al primer romano que se podía llamar “soldado”. Aunque luego de un año de campaña yo resultara físicamente similar, en ese momento me sorprendí. No muy alto (obvio) pero muy ancho de hombros y espaldas, los musculosos brazos muy desarrollados, ni un gramo de más en el estómago y con las pantorrillas más gruesas que había visto en mi vida. Tenía un aire de marcialidad muy acentuado y en ese momento lo reforzaba ya que se encontraba furioso.
Lo que terminó de despertarme fue el sonido metálico que hizo su armadura al tirarla contra el suelo. Acto seguido pateó una banqueta, la cual salió despedida hacia el fondo de la tienda. Y si Albino hubiese sido dos pulgadas más alto, de seguro le parte la cabeza.
A todo esto, el buen hombre gritaba e insultaba a su gusto y placer.
-¡Cunnus! ¡Verpas! ¡Edepol! ¡Me cago en Príapo y en la leche de la loba que alimentó a Rómulo y Remo! ¡Verpas!
Me volví hacia Albino, pero éste se había ocultado debajo del sagum. Muy cautamente me levanté con los brazos hacia delante por si volaba alguna otra cosa. Luego de otra andanada de insultos reparó en mi presencia y se calló de golpe. Me hizo un saludo golpeando el puño derecho contra el corazón y extendiendo luego la palma hacia mí. Lo imité.
-¡Lucio Antistio Rufus! ¡Decurión!
-Cayo Rabirio Argecilao Félix! ¡Recluta! –Grité imitando su tono de voz.
-¿Y los otros? –Preguntó mirando hacia todos lados.
-Soy el único.
-¿Y la pulga que se esconde debajo de aquel sagum?
-Este… es un no combatiente.
-¡Ah…! Veo. ¡He tú! ¡Cunnus! ¡Levántate! ¿Es que no tienes trabajo para hacer? –Albino se incorporó desganado.
-¡No! –Contestó de muy mala manera.- No tengo ningún trabajo para hacer.
-¡Cacat! ¡Ahora tienes! Ven y fíjate que puedes hacer por esta porquería de cota de malla que me vendió el méntula de Tito Roscio. Hay que quitarle el óxido, pasarle cebo y añadirle algunos eslabones. ¡Ah! Y consigue algunos clavos para las caligae… y tampoco vendría mal una tira nueva para el casco. ¡Maldita porquería! –Exclamó tirando el equipo cerca de Albino.- ¡Cinco años a mitad de paga por esta verpa de armadura!
-¿Es por eso que el señor está tan enojado? –Preguntó Albino irónicamente mientras levantaba todo.
-No. –Le contestó Rufus.- ¿Sabes acaso quién será el Centurión que se nos asignará?
-Todavía no averigüé…
-Ya no es necesario que averigües, nuestro centurión será Tito Pullo…
-¡EDEPOL! –Gritó Albino mientras dejaba caer pesadamente el equipo del Decurión al suelo.- ¿Y cuándo llega ese hijo de Verpa? –Había pánico en su voz.
-Dentro de seis o siete nundinaes. –Se sentó pesadamente en una banqueta.- Y el cara de méntula me odia desde Hyspania. ¿Tú lo conoces?
-No he tenido el gusto. –Contesté.
-¡Ja! Ya lo tendrás… o no. También estarán Quinto Vetio, Cayo Tiberio Nigrus, Lucio Voreno, Sylvano Claudio y Décimo “Méntula” Servio Curiato.
-¡Ahhh! –Soltó Albino- No serán muy cómodas nuestras vidas… Parece que la cosa contra los Germanos va muy en serio entonces.
-Si, muy en serio. ¿Y tú? ¿Ya has hecho instrucción alguna vez? –Me preguntó.
-No, nunca.
-Entonces aprovecha mucho estos momentos muchacho…
-¿Por qué?
-Porque cuando toda esa gente llegue serás hombre muerto… -Puse cara de desconcierto.- Pero consuélate… yo también lo soy…



Final del capítulo seis.
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