Los Amos
Capítulo 3 Thump_689265thjona
BIENVENIDO AMIGO!! afro
NO OLVIDES VISITARNOS A DIARIO, TE ESTAREMOS ESPERANDO bounce bounce

Si AUN NO TIENES TUS PERMISOS O NO ACTIVASTES TU CUENTA PULSAR AQUÍ


Unirse al foro, es rápido y fácil

Los Amos
Capítulo 3 Thump_689265thjona
BIENVENIDO AMIGO!! afro
NO OLVIDES VISITARNOS A DIARIO, TE ESTAREMOS ESPERANDO bounce bounce

Si AUN NO TIENES TUS PERMISOS O NO ACTIVASTES TU CUENTA PULSAR AQUÍ
Los Amos
¿Quieres reaccionar a este mensaje? Regístrate en el foro con unos pocos clics o inicia sesión para continuar.

Capítulo 3

Ir abajo

Capítulo 3 Empty Capítulo 3

Mensaje  Abadón Jue Oct 29, 2009 9:31 pm

A través de los años he oído hablar mucho de Cayo Julio César. Y creo que casi todo es verdad, quizás los hechos hayan sido magnificados, pero nunca falseados. Yo me quedo con la primera impresión que tuve de él, donde realmente comencé a comprender por qué los romanos dominan el mundo.
Pero un día antes tuve que decirle adiós a mi querido bigote y a mi orgullosa cabellera. Me despertó padre acompañado de dos de los más vigorosos esclavos y ante mi sorpresa, me agarraron cada uno de un brazo (sin ningún tipo de delicadeza) y me sumergieron en un tonel de agua caliente. Me tiraron una extraña barra áspera y padre ordenó que me fregara con ella. Lentamente vi como costras y más costras que yo creía de mi propiedad iban desapareciendo de mi cuerpo. Al finalizar, me sacaron de allí y padre tomó mi lugar. Yo permanecí quieto y desnudo mientras los esclavos me lanzaban baldazos de agua fría. El viejo se reía de mi desazón.
-Es una costumbre que tendrás que adoptar siendo romano.
-¡Si yo me lavo casi todos los días!
-No es suficiente, ahora deberás bañarte.
-¡No quiero ser romano! –Protesté.
Pero mi padre se rió más fuerte aún he hizo una seña a los esclavos, quienes se acercaron con unas tijeras y con los implementos para afeitar. Creí que moldearían mis finos y elegantes bigotes, pero fue lo primero que atacaron. En el momento que quise levantarme para pelear contra tamaño abuso, padre gritó “¡Siéntate!” y yo le obedecí. Cuando dejaron mi cara desnuda continuaron con mi cabello, al que se le había disuelto la cal.
Al finalizar con el corte de cabello, volvieron a baldearme. Luego, una esclava untó todo mi cuerpo con un aceite aromático, cosa que detesté, ya que me sentía pegajoso y olía a flores.
-¿Es todo esto por la llegada del gobernador? –Pregunté indignado a padre.
-Claro.
-¡Pero no llega hasta mañana!
-Mañana repetiremos…
Luego me enfundaron una camisa de mangas cortas, un trapo que parecía un pañal y una falda corta, con el pretexto de que así se vestían los romanos. Esa noche hubo fiesta en la aldea y yo debía encontrarme con la hija de Versicaveluano… pero no me atreví a salir de casa.
-Ahora no va a querer casarse conmigo… -Dije a padre. Él se puso serio y me miró fijamente a los ojos.
-Suponiendo que yo consintiera, esa unión es imposible.
-¡¿Por qué?!
-Versicaveluano jamás aceptaría.
Me apretó fuerte el hombro, dio media vuelta y se fue.
¿Qué Versicaveluano no aceptaría al heredero del guerrero más rico de la aldea? Definitivamente yo debía de tener la cabeza llena de aserrín porque no entendía nada.
Al otro día, tras repetir el ritual del baño, llegó Cayo Julio César.
Parecía venir reventando el caballo, más éste frenó en seco a un suave tirar de las riendas. Cayo Julio desmontó con agilidad sorprendente y saludó a mi padre, no a la usanza romana, entrelazando los antebrazos, sino a la usanza gala, mediante un beso.
-Cayo Julio –Saludó padre.
-Llámame César. –Le respondió este.- Hace mucho tiempo que deseaba conocerte Eperedorix.
-Este es mi hijo, -Me presentó- Cayo Rabirio Póstumo Argecilao Félix.
Me saludó entonces a la usanza romana. Yo quedé gratamente impresionado con César. Muy alto para ser romano, delgado pero nervudo, el escaso cabello muy rubio peinado hacia delante para disimular la calvicie, pero eran sus ojos los que mostraban que se trataba de alguien singular. No los ojos en sí, sino la forma de mirar, una mirada fría y escrutiñadora que daba la sensación de saberlo todo acerca de ti.
-¿Dónde están tus lictores? –Le preguntó mi padre.
Los lictores eran una especie de guardia personal que acompañaban a los magistrados romanos allí donde éstos estuvieran.
-Vienen a su paso, que no es el mío.
-¿Y no te resulta peligroso andar por ahí solo?
César se encogió de hombros.
-No sé si será peligroso, sé que se me ha abierto el apetito ¿Qué tienes para ofrecerme aparte de caracoles?

-Cayo Mario me habló mucho de ti cuando yo era niño. –Dijo César a padre.
-¿Cayo Mario se acordaba de mí?
-Se acordaba del galo Eperedorix, quien ahorcó con una sola mano al germano que acababa de arrancarle un ojo. –Mi padre sonrió ante el reconocimiento.- Pero dime una cosa ¿Es verdad que medía más de nueve pies? –Yo quedé estupefacto.
-Tu tío exageraba, –Contestó mi padre, a quien yo miraba de otra manera.- lo midió después de muerto y apenas superaba los siete pies.
-No deja de ser impresionante.
-Yo era joven, fuerte y estaba furioso. En Aquae Sextiae me cortaron la mano izquierda, ahora me arrancaban el ojo izquierdo… habría matado a ese germano con los dientes de haber podido.
César rió, aunque su risa no era espontánea, casi como si buscara un efecto y no fuera producto de una causa. A todo esto, desde el comienzo de la comida, César no me quitaba la vista de encima, de tal forma que yo me encontraba incómodo.
-Tu hijo no es completamente galo. –Dijo de pronto.
Me sobresalté y miré azorado a mi padre, éste apenas si pestañeó.
-Lo tuve de una esclava germana.
¡¿Mi madre era germana?! ¡Eso explicaba muchísimas cosas! Para un galo, peor insulto que “mujer” o “esclavo” era el de “germano”.
-Sin embargo lo reconociste como hijo…
-Si, como tal lo tengo.
-Curioso, debe ser algo especial para que uno de los más famosos guerreros galos, que peleó contra los germanos reconozca a uno como su hijo.
-Solo medio germano –Me defendió padre- y si es especial, es más inteligente, más fuerte y más rápido que cualquier otro galo que conozco.
-¿Y los demás en la aldea lo aceptan?
-No, pero él se ha hecho respetar.
¡En mi vida había visto un germano y ahora resulta que mi madre era una de ellos… que yo era uno de ellos… o medio germano…! Pese a estar azorado, César y padre continuaban hablando como si nada sucediera y yo no me encontrara presente.
-¿En que te das cuente que es inteligente? –Preguntó César.
-En que primero escucha y luego habla, siempre hace la pregunta adecuada y nunca comete dos veces el mismo error.
El gobernado me miraba fijamente como sopesándome, por fin se dignó dirigirse a mí.
-¿Comprendes lo que tu padre está haciendo contigo?
Yo lo pensé unos momentos, aunque tuve que hacer un brutal esfuerzo por alejar el torrente de pensamientos que en ese momento me asaltaban.
-Este… ejem… -Carraspee- Creo que ahora comprendo… yo… no sabía de mi madre… si es así, si soy medio germano, nunca tendré cabida entre los galos, supongo que por eso padre quiere que sea romano…
-No basta con una carta de ciudadanía para ser romano. ¿Hablas latín? –Asentí con la cabeza- ¿Griego? ¿Sabes escribirlos? –Volví a asentir- ¿Conoces a los clásicos?
-A todos me los enseñaron, incluido Catón el censor.
-Pero… ¿Los comprendes o solo sabes repetirlos?
-Cuando a uno le enseñan a fuerza de latigazos –Contesté sarcásticamente- aprende muy rápido a repetir… -César soltó una enérgica carcajada- pero supongo –Retomé- que la comprensión viene con la edad y la experiencia.
-Ya veo que Cayo Mario tenía razón –Dijo valiéndose a padre.- cuando decía que en ti reconocía no solo a un galo valiente sino también inteligente. –El viejo no pudo ocultar un pequeño asomo de orgullo.- Hasta hace tres meses tu hijo tenía bigotes, cabellera larga y llena de cal y vestía como todo un galo, si es que Cayo Rabirio no miente. ¿Por qué has disfrazado al muchacho de romano en esta ocasión? ¿Qué pretendes que haga yo por él?
Así que eso era, toda una puesta en escena de padre para Cayo Julio donde yo era el actor principal. Mis ojos iban de uno al otro, interesado por el giro que estaba tomando la conversación.
-Una vez tu tío –Comenzó a contar padre.- me ofreció hacerme romano, yo era joven y poco juicioso. Estaba demasiado orgulloso de ser galo. Quería volver a mi tierra a enseñarle mis heridas a la gente y que me admirasen por ellas. En aquellas épocas Roma era peor vista que ahora, solo con los años y gracias a la paz y prosperidad que nos han traído es que los toleramos. Ahora aceptamos su dominación, sobre todo porque nos dejaron en paz con nuestras costumbres, pero entonces yo no hubiese sido tan bien visto como pretendía. En fin, admiraba mucho a Cayo Mario y al increíble ejército que forjó. Convirtió todo ese capite censi inútil para Roma en la más perfecta máquina de guerra que yo haya visto. He seguido un poco tu carrera por ser sobrino suyo… y la forma en que impediste la migración de los helvecios hacia estas tierras, cuando superaban a tu ejército por cinco a uno, me hizo ver que quizás seas tan buen general como Mario.
“Esto, más el rumor que corre de que no te disgustaría ver que los habitantes de este lado del Po gocen de la ciudadanía romana me convenció de pedirte que veles por mi hijo cuando ingrese en las legiones.
Por más que padre me lo hubiese anticipado durante casi toda mi vida, fue un duro golpe para mí. Yo me veía entrando en batalla con una gran espada de seis palmos que blandiría con ambas manos, el torso desnudo para acentuar mi hombría, gritando los nombres de todos mis dioses y con el gesto fiero del guerrero asesino que demuestra al enemigo que no es un hombre sino un semi-dios quien va a matarlo… Pero ¡¿Legionario?! ¿Pelear con una espadita que apenas si parecía un puñal grande? ¿El cuerpo cubierto de hierro? ¿Protegido por un escudo que llegaba desde los hombros hasta las rodillas? ¡Impensable!
César continuaba con su estudio de mi persona. Infinidad de veces había escuchado a padre hablar de Cayo Mario, más solo unas pocas acerca de César. Contaba de él lo que se decía por ahí… que lo habían hecho senador por haber ganado la corona de hierbas a los diecinueve años, que él solo junto a un puñado de Cilicios venció a todo un ejército de Mitridates del Ponto, que fue raptado por piratas y cuando exigieron veinte talentos de plata por su rescate él se indignó y pidió que subieran a cincuenta de oro, que luego de ser liberado reunió una pequeña flota y regresó a crucificar a todos los piratas, que cambió leyes ancestrales de su ciudad para hacerse elegir Pontífices Maximus por el pueblo, que fue la persona más endeudada de Roma y luego de un escaso año como gobernador de Hispana devolvió todos los préstamos, y que… y que… tantos “y que” se fundían en una mistificación para mí absurda, ya que Cayo julio César era un hombre… no un Dios.
-Lo haré gustoso –Contestó éste a padre al fin- siempre y cuando se amolde a la forma de combatir romana.
-Por eso no habrá problema… –Dijo padre, César lo interrogó levantando una ceja- todavía no sabe manejar la espada. –Le explicó el viejo.
Sentí como el calor invadía mi rostro al subir desde mi estómago la vergüenza, pero Cayo Julio se limitó a asentir y a decir:
-Muy perspicaz de tu parte. Mándalo a Plasencia, allí estarán reclutando. Si demuestra méritos haré por él todo lo que esté a mi alcance.
-Gracias César. –Dijo padre efusivamente, más yo sentía un nudo en la garganta y en mi corazón.- Comprenderás que te estoy sumamente reconocido y eso me predispone positivamente ante el favor que vienes a pedirme.
-¿Ya sabes de que se trata?
-Supongo que algo relacionado con Ariovisto.
-Efectivamente.
Ariovisto, el gran cacique de los sugurambos… Una vez más Roma entraría en guerra contra los germanos. Al igual que mi padre tantos años atrás, yo pelearía de su lado.


Final del tercer capítulo.
Abadón
Abadón

Cantidad de envíos : 37
Fecha de inscripción : 29/10/2009
Edad : 47
Localización : Córdoba

Volver arriba Ir abajo

Volver arriba

- Temas similares

 
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.