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Capítulo 12 Thump_689265thjona
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Capítulo 12

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Mensaje  Abadón Vie Dic 11, 2009 4:02 am

Mi primera impresión del interior de Roma fue muy desagradable. Fuera de las calles principales, que estaban limpias y cuidadas, los callejones laterales parecían basureros. Y al entrar en el Subura fue peor.
Antistio nos abandonó en la entrada, ya que su casa estaba en el Aventino. Toscus y yo nos quedaríamos con Albino, a quien no parecían preocuparle las montañas de basura que crecían a los costados de las callejuelas, ni los desperdicios que eran arrojados constantemente desde las ventanas de los edificios, ni los hombres y mujeres que revisaban esos montones buscando comida, ni las caras de los maleantes que nos miraban pasar.
-Todavía no hay problema. –Me dijo cuando le comenté este último tema.- Son gente del barrio. Más entrada la noche éstos se irán a otros sectores a robar o a buscar pendencia… y los de los otros sectores vendrán acá. Es en ese momento donde no se sale de casa.
La “casa” de Albino, como él la llamaba, eran dos habitaciones no muy amplias en el cuarto piso de un edificio de alquiler (llamado “ínsula”). Acostumbrado como estaba a los grandes espacios de mi galia Cisalpina, me sentí enclaustrado.
Para agravar la situación, estábamos invadiendo el poco espacio a tres hermanos de Albino, a su vieja tía y a un esclavo, también anciano. Le propuse entonces irme con Toscus a alguna posada, ante lo cual Albino se escandalizó y alegó que al estar sus dos hermanos mayores fuera de Roma había espacio para todos. No pude negarme ante tanta bondad, aunque tuve mis serias dudas acerca de caber Toscus y yo en una de esas estancias… Pero en eso reparé en los hermanos menores de mi amigo y noté que en verdad eran “pequeños”. Dos chicas de quince y trece y un varón de once, de los cuales el más alto no me llegaba al hombro y de una blancura tan perfecta que la luz de una vela colocada detrás de ellos parecía traspasarlos.
Todos se mostraron excesivamente corteses con nosotros y estaban verdaderamente felices de ver a Albino.
-Es que mis hermanos no mandan nada y yo los mantengo a todos.- Me confesó al día siguiente.
Esa noche comimos un poco de pan duro con cebolla picada y aceite de oliva.
Como gesto de deferencia, una de las dos habitaciones fue destinada para Toscus y para mí. Nos envolvimos en nuestras mantas e intentamos dormir… Bha, yo lo intenté, Toscus lo logró enseguida, más yo me desvelé con los cantos de los borrachos, los ruidos de las correrías y algunos gritos de dolor. Cerca del amanecer pudo recién el sueño vencerme… para que unos instantes más tarde Albino me sacudiera a las voces de:
-¡Ya! ¡Levántate galo dormilón!
Un débil resplandor asomaba por las ventanas, pero se suponía que estábamos de permiso y no era necesario madrugar. Más de un vistazo noté que toda la familia estaba en movimiento y no me quedó otra que incorporarme.
Acudimos a un baño público donde tuvimos que depositar un sestercio para poder satisfacer nuestras necesidades. Por suerte había en las instalaciones un canal de agua corriente donde pude mínimamente lavarme (si, si, no es que fuera un fanático de la limpieza ya, pero durante el viaje no habíamos tenido muchas oportunidades de sacarnos la mugre). Noté con agrado que Albino y toscus pensaban como yo.
-¿Qué vamos a desayunar? –Pregunté hambreado por la magra cena de la noche anterior.
-Nada. –Dijo Albino.
-¡¿Cómo que nada?! –Protesté.
-Nos saltaremos el desayuno y almorzaremos el estofado directamente. –Contestó lo más tranquilo.
-¡Pero no llegaré!
-Bha, sobreviviremos. Vamos, ya no protestes y acompáñame a comprar las cosas que faltan.
Recorrimos dos mugrientas callejuelas donde, entre las basuras, se adivinaban un par de cuerpos. No me animé a asegurar si estaban tirados allí producto de la borrachera o del puñal.
Llegamos hasta una tiendecita donde adquirimos diez hogazas de pan a cinco sestercios cada una. “Caro”, dijo Albino, pero pagó sin rechistar. Luego compró dos botas de vino de calidad “medianeja”, a decir de Albino, y también abonó sin decir palabra. Tras esto recorrimos otra calle más y nos detuvimos frente a una carnicería. Allí adquirió un cuarto de cerdo y un cuarto de cordero, por los que pagó cinco denarios. Pensé que regresaríamos pero aun faltaba una cosa más.
-¿Qué falta? –Le pregunté.
-Más carne.
-¿Y por qué no compraste allí?
-Porque debe ser especial.
Me pregunté que de especial podía tener un trozo de carne, pero en fin, el que invitaba era mi amigo y allá él con sus rarezas.
Tocó el turno de plantarnos delante de otra carnicería, atendida esta por un personaje muy singular. Llevaba una túnica negra atada con un cinto desde donde pendía lo que parecía ser un rollo de pergamino, lucía la barba y el cabello largo peinados en bucles y tenía un extraño sombrerito redondo en la coronilla. Aquí surgieron problemas.
-¡¿Cómo que diez denarios por un cuarto de cordero?! ¡Si en las otras carnicerías vale dos denarios y seis sestercios! –Gritó encabronado Albino.
-No son kosher. –Le contestó el extraño carnicero.
-¡Pero un trozo de cordero es un trozo de cordero! ¡No importa como se lo mate!
-¿Y para qué quieres kosher? ¡Ve y compra con tu gente entonces!
-¿Qué para qué…? ¿Qué para qué quiero kosher? ¡Para que coman judíos! ¡¿Para que va a ser?!
-¿Eres esclavo de judíos comprando cordero?
-¡Yo no soy esclavo de nadie! –Gritó Albino airado.- ¡Quiero invitar a una familia judía a comer pero tú me estás robando!
-No no no. Si no eres judío, diez denarios, es el precio.
Iba a volver a gritar mi amigo cuando lo tomé de un hombro tranquilizándolo.
-Está bien Albino, deja que yo invite. –Quiso protestar pero le apreté tan fuerte el hombro que le hice doler.- Buen hombre –Le dije al carnicero.- no entiendo mucho de lo que discuten, pero eso parece un cuarto de cordero común y corriente, así que permíteme ofrecerte tres denarios por él.
-No, no, no. Este cordero ha sido alimentado y sacrificado como lo dicta el rito y la costumbre, vale diez denarios el cuarto.
-Para los que no son judíos… -Completé.
- Para los que no son judíos… -Corroboró el carnicero.
-Pero ya te hemos dicho que es para honrar a una familia judía que queremos el cordero…
-Pero ustedes no son judíos, deben pagar lo que les pido.
-Eso es muy cierto, pero no nos sobran los denarios, entonces nos dejas en una posición difícil… -El carnicero se encogió de hombros dando a entender que le importaba bien poco.- y también pones en una posición difícil a la familia judía que invitaremos a comer…
-Yo nada tengo que ver con esa familia, son invitados de uste… -Pero no lo dejé terminar.
-El caso es que tu carne es demasiado cara para nosotros, y nos veremos obligados a comprar carne común y a decirles que es… kosher, creo que se llama así ¿Verdad?
-Esteee… -El carnicero parecía dubitativo.- si, así se llama. Pero no puedes hacer eso, los contaminarías.
-De hecho puedo y lo haré –Dije adoptando un tono decidido.- si no me dejas más opción.
-No, no, no. No puedes hacer eso. Por ser tú, te dejaré el cordero a seis denarios.
-Cuatro.
-Está bien, permitiré que seas tú quien me robe, ya que no quiero que engañes a una pobre familia…
-Gracias, has sido muy amable con la familia de mi amigo evitando que se contaminen…
Al irnos, Albino me miraba con cara de estúpido.
-¿Dónde aprendiste a regatear así? Es la primera vez que veo que alguien estafe a un judío.
-No lo estafé, simplemente evité que él nos estafara. Aunque pagar cuatro denarios por un trozo de cordero es un tanto elevado.
-Ni bien tenga los denarios te los devolveré, es que tuve que dejarle parte del dinero a la familia. –Dijo ruborizándose.
-Está bien Albino, déjame contribuir con algo.
Pero de camino Toscus me alargó dos denarios diciendo, como siempre, “lo justo es justo”.
Cuando regresamos a la ínsula, no subimos a las habitaciones sino que fuimos hasta el patio interno, donde el viejo esclavo (llamado Marco) tenía dos ollas al fuego. Le dimos la carne y el comenzó a prepararla, la nuestra en la olla más grande, la kosher en la más pequeña. Luego juntamos un par de tablas y las sostuvimos sobre dos caballetes que Albino sacó no sé de donde… y la tía y las hermanas aparecieron con sillas.
A la hora del almuerzo llegó la familia judía, cuyo padre era muy parecido al carnicero y el hijo parecido a este, y vestidos de la misma forma. Por detrás venía la madre, una bonita mujer aunque algo avejentada y una niña de unos quince años… a quien Albino no quitaba los ojos de encima. Comprendí entonces el por qué de la invitación. Era la jovencita una grácil morena con unos ojos verdes muy bonitos que cada tanto desviaba hacia Albino, haciendo que éste se ruborizara.
Comenzamos por los espárragos, que el esclavo nos sirvió solo hervidos con un poco de aceite de oliva y ajo… y yo quedé sorprendido por lo deliciosos que resultaron, realmente valía el entusiasmo que había mostrado Albino al encontrarlos.
Los alcauciles también me gustaron mucho, aunque un poco lerdos para comerse después que les agarré la mano… y como había vaticinado, resulté no ser tan bárbaro a la hora de comerlos. Por más que Albino parecía querer cuidarse con las formas, no logró contenerse y se metía de a tres o cuatro hojas al mismo tiempo y ni siquiera cerró la boca para masticarlos, pensé que no causaría muy buena impresión en la muchacha, pero todos los comieron de la misma forma…
Al final, cuando todos charlaban despreocupadamente y yo había añadido tres dedos de grosor más a mi cintura, tuve que reconocerle a mi amigo que era el mejor estofado que había comido en mi vida, gesto que le encantó ya que pudo pavonearse frente a sus invitados.
Más tarde le pregunté como iban las tratativas de casamiento, a los que me respondió extrañado:
-Te diste cuenta… pero es imposible, ellos no se casan con gente que no es judía.
-¿Entonces no hay forma?
-Podría convertirme al judaísmo… y creer en su dios único.
-¿Y por qué no lo haces?
-Porque, bueno, se requiere una intervención para eso…
-¿Qué intervención?
-Esteee… bueno… te cortan la punta…
-¿La punta? ¿La punta de qué?
-Pues… de la méntula…
Tanto Toscus como yo nos llevamos automáticamente la mano al mencionado miembro como protegiéndolo mientras poníamos cara de susto.
-¡No hay forma! –Exclamé.- ¡Nunca me fijaré en una judía! ¡Jamás! -Toscus corroboraba mi afirmación negando fuertemente con la cabeza.
-Pero si es solo la p… -Quiso explicar Albino.
-¡Jamás! –Lo interrumpí.- ¡Y ahora llévame a conocer Roma para que se me pase la impresión! La punta… deben estar locos estos judíos.
Entonces por fin pude conocer la parte linda de Roma, aunque transitándola entre desperdicios. Me quedé asombrado con el circo máximo, donde me aseguraron que cabían doscientas cincuenta mil personas cuando se corrían las carreras. También me impresionó el acueducto Marcio, desde donde llegaba el agua hasta casi toda la ciudad y se perdía en la lejanía.
Recorrimos luego el foro, en el que se veían varios estrados con gente togada encima hablando a pequeñas cantidades de gente que escuchaban, a veces en silencio, a veces abucheando o alentando.
-Allí se celebran los distintos juicios, y allí será donde se trate la ley de César pasado mañana. –Me explicó Albino.- Estos que ves a los pies del estrado son los asiduos al foro, personas que vienen siempre y pueden recitar juicios famosos de memoria. Cuando se trate la ley no cabrá un alfiler.
Conocí también la Curia Hostilia, donde se reúne el senado… “Esos gordos chupasangre” a decir de Albino. Y la basílica Porcia, en la que se reunían los tribunos de la plebe… “Esos flacos chupasangre”, otra opinión de Albino.
Fue aquí donde nos encontramos con los pompeyanos, quienes parecían muy contentos de encontrarme.
-¡Argecilao! ¡Maldito galo come ratas! Justo a ti te andábamos buscando.
-¿A mí por qué? –Quise saber.
-¡Ya tenemos la forma de devolverte tus denarios!
-Muy bien, que buena noticia, me gustaría que me los den ahora ya que… -No me dejaron terminar.
-No, ahora no los tenemos, -Dijo Luperco.- debemos ir a buscarlos y precisamos que vengas con nosotros.
-¿Para qué debo ir con ustedes?
-Bha, como que para qué, para que conozcas la verdadera Roma, no la que te enseña este cunnus.
-¿Qué tiene de malo la Roma que yo le enseño? –Acotó Albino de no muy buen humor.
-Es muy aburrida. Deja ya de portarte como su aya, ven aquí galo grandote, verás que no te arrepentirás.
Y me tomaron entre los tres y me llevaron casi a las rastras mientras les gritaba “¡Oigan! ¡Oigan!” Pero no oyeron.
-¡No te preocupes por tu protegido, Albino, te lo devolveremos mañana! –Y riéndose ellos y refunfuñando yo, nos fuimos.
Otra vez nos metimos entre callejuelas inmundas hasta llegar a una esquina donde se encontraba la taberna más sucia de todas las que había conocido (bueno, en realidad no conocía muchas, pero de seguro también era más sucia que las que no conocía), con la mesas con tanta grasa que parecía que las pintaran con ella. Solo competían en suciedad con algunos parroquianos que se encontraban allí. Mis compañeros pidieron vino antes de sentarse nomás, el que nos fue servido en una gran jarra de estaño. Cuando Híbrido pagó los tres sestercios que le pidió el tabernero me preparé para lo peor. Luego de echaron el vino en las tazas de arcilla, brindamos vaya a saber por que o por quien y bebimos… bha, ellos bebieron (de un sorbo todo el contenido), mientras yo escupía el líquido inmundo ese al que tenían el descaro de llamar vino.
-¡PUAJ! ¡Esto no solo no es vino! ¡Es vinagre! ¡Y del peor!
-¡Ja! Miren al galo pretencioso. –Dijo Luperco.- ¿Qué esperabas beber en un sitio como este? Si tanto te desagrada invítanos tú a algún lugar mejor.
-Páguenme lo que me deben y les juro que los invito con una jarra de falerno si quieren.
-Luego, luego, y no creas que no recordaremos tu promesa.
Le pedí entonces al tabernero que me trajera una jarra de hidromiel, cosa que le resultó de los más graciosa y me tildó de loco. Entonces exigí agua y miel, que fue de la única forma que pasé dos tazas de ese vinagre. Los pompeyanos lo bebieron como si fuese la bota de agua luego de un día de instrucción con Piscus.
Anochecía ya cuando se dijeron que “ya va siendo la hora”.
-¿La hora para qué? –Quise saber.
-Para ir a buscar tus denarios.
-¿Y a donde vamos a buscar denarios tan tarde?
-Pues con su dueño. ¿Dónde más?
-Ah, creo que comprendo, hay quienes prestan denarios de noche…
-¿Prestar? ¿Quién dijo que vamos a pedir prestado para devolverte?
-¿Entonces?
-Vamos a robarlo…
-¡¡¡¿Cómo que vamos a robarlo?!!!


Final del capítulo 12
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